domingo, 27 de diciembre de 2020

Oh, roja Navidad

Hace mucho, mucho tiempo, vivía un anciano mago de gran poder, que se pasaba los días en su pequeña cabaña del bosque, leyendo libros y fumando de su pipa.

            Los lugareños que vivían cerca siempre acudían a él en busca de pociones, hechizos para la lluvia y demás, y él les ayudaba gustoso. Entre todos los habitantes del Norte, su favorito era un niño pequeño huérfano, de apenas siete añitos. Este pasaba los días con el viejo hechicero, ayudándole en lo que sus pequeñas manos le permitían y riendo cuando ‘papá’ lanzaba chispas de su cayado con las más diversas formas: conejos, elefantes, todo lo que se le ocurriera al pequeño.


El niño tenía una imaginación desbordada, cada día se volvía más difícil darle lo que pedía. Un día, dibujando garabatos, le enseñó orgulloso lo que acababa de pintar. Eran una especie de enanos de sombrero puntiagudo, orejas puntiagudas y cascabeles colgando del cuello. Se acercaba su cumpleaños y le pidió que le regalase algunas de esas criaturas, a las que llamó elfos.


El mago no pudo negarse y se pasó varios días reuniendo los ingredientes para el hechizo. Hojas de muérdago, que crecía en las inmediaciones. Hojaldre que pidió a la amable vecina. Y lo más difícil: nieve que solo se encontraba en la montaña cercana. Cuando al fin lo reunió, llamó a su protegido.


-Hijo, tengo el regalo que te prometí.


Mientras se concentraba para pronunciar el hechizo en el lenguaje antiguo, el niño reía y tocaba las palmas. Por fin tendría a sus queridos elfos.


Pero algo salió mal. El mago terminó el conjuro y el esfuerzo mágico hizo que cayera desmayado.


Cuando despertó seguía en medio de su cabaña, y notaba que algo iba mal. La puerta estaba abierta y su hogar, destrozado. Había señales de pequeñas garras y manchas de sangre por todas partes. Asustado, se levantó como pudo y corrió al pueblo, buscando a su pequeño amigo.


-¡Noel, Noel! ¿Dónde te has metido?


Llegó al pueblo y contuvo la respiración. Solo se escuchaba el canto de los pájaros, que traían consigo la melodía de la tragedia. Los cuerpos y la sangre de los habitantes regaba el suelo. Recorrió la calle principal con lágrimas en los ojos, con una brizna de esperanza en su corazón.


Naturalmente, esta se hizo trizas. En la plaza había un círculo de elfos inanimados, con las manos ensangrentadas y los rostros componiendo una siniestra sonrisa. Su corazón se hizo pedazos en el mismo momento que vio el cadáver de Noel, su querido Noel, en el centro de la escena.


Había sido su culpa. Había sido su incompetencia la que había provocado esto. A quién pretendía engañar, solo era un hechicero de tres al cuarto. Su afán por impresionar a Noel había acabado con su vida.


En ese instante, tomó una decisión. Forzó una sonrisa y estudió durante décadas, sobreponiéndose a la edad por pura fuerza de voluntad. Olvidó su nombre, olvidó todo su pasado menos aquel incidente. El nombre de Noel se repetía en su mente cada minuto, cada segundo.


Logró domar a los pequeños diablillos que se hacían llamar elfos, y los puso a su servicio. Y entonces se marchó. Se marchó a cumplir los deseos de los niños buenos, a darles a ellos lo que no pudo a Noel, a ser el papá que él siempre amó.


Este relato corto es mi participación en el concurso organizado por Zenda, #unaNavidaddiferente.
¡Espero que os guste!

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