jueves, 3 de diciembre de 2020

Venecia

 En su camino de vuelta pisó otro maldito charco, dejando sus pies aún más húmedos y fríos. Quién le mandaría vivir en una ciudad así. Desde luego no pensó bien en las partes malas de Venecia. Encima cada dos por tres se chocaba con algún turista que no era capaz de apartar los ojos de su cámara, que apuntaba con ansia a todos lados en un frenesí de fotos. Todos los idiomas conocidos resonaban como una irritante canción cuando cruzó la Piazza San Marcos, con sus cafeterías atestadas y las palomas mendigando migas, ya curadas de espanto en cuanto a humanos se refiere.


En serio, era un día de mierda. Estaba todo nublado, había dejado de llover hacía 10 minutos, y ya volvía a estar llena la ciudad. La gente estaba loca, y que fueran esas fechas no ayudaba. Tras un rato pudo por fin llegar a su casa. Hogar, dulce hogar. Cerró las persianas y se aisló del exterior. Se sirvió una copa de vino y se dispuso a ver su serie favorita, ignorando la algarabía que comenzaba a formarse en las calles.


Después de dos capítulos y tres (o cuatro) copas de vino, le llegó el distante sonido de su tono de móvil. Se levantó y avanzó renqueante a cogerlo con manos temblorosas. Al ver el familiar número, suspiró y lo cogió.


- ¿Diga?

- ¿Señor Bianchi? Le llamo de la consulta, de parte de su doctor, el señor Pietro.

-Ah, sí. Estuve con él hace unas horas para unas pruebas. ¿Ocurre algo?

-Verá, han llegado los resultados, y me ha pedido que venga usted lo más pronto                     posible. ¿Sería posible?

-Esto… -miró la botella a medio acabar- Estaré allí en veinte minutos.

-Muchas gracias por su comprensión, le esperamos.


Colgó sin despedirse. Agarró la botella por el cuello y la acabó. Dejó la tele encendida y salió colocándose el abrigo a las atestadas calles, repletas de turistas y lugareños vestidos con sobrecargados trajes y coloridas máscaras. Era el Carnaval de Venecia y toda la ciudad se volcaba en el asfalto para celebrarlo. Era odioso. Una fiesta ruidosa, depravada, con grandes acumulaciones de gente que no le permitían el paso y dejaban la ciudad hecha un asco al día siguiente.


Tras mucho empujón y codazo, pudo abrirse paso hasta la clínica. Allí le abrió la puerta su doctor y le hizo pasar a su despacho.


-Verá, Carlo, le he llamado para hablar de sus resultados. Siendo francos, no traigo buenas noticias. Hemos detectad...


El resto de la conversación era un borrón en su mente. Resonaban palabras sueltas en su mente en su camino de vuelta a casa. Pero sus pies decidieron tomar un desvío y se encontró de repente en el borde de la ciudad, mirando a la negrura de la laguna veneciana. A sus espaldas, algunos turistas disfrazados disfrutaban del alcohol y la música de un tugurio llamado El Antro. Ninguno le prestó demasiada atención cuando se acercó a la barandilla y se encaramó a ella. Ni escucharon el sonido del chapuzón por culpa de la canción que estaba sonando a todo volumen. Solo se le prestó atención cuando se descubrió un cadáver por los canales de Venecia siendo arrastrado por la corriente, lentamente, como una macabra procesión.


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