miércoles, 9 de diciembre de 2020

El pirata Dosojos

El tormentoso viento de invierno azotaba los rostros de los curtidos marineros, que entrecerraban los ojos ante su embestida. Avanzaban sin rumbo fijo, por el simple placer de navegar, con la esperanza de que apareciese ante ellos algún barco de incautos al que despojar de sus tesoros. Pero pocos se aventuraban en aquellos mares, pues por todos era sabido que era la zona de pillaje más común del feroz pirata Dosojos y su tripulación de maleantes. Navegaban en el bergantín María Luisa, un magnífico barco de dos palos y velas negras, apodado así por la amada de Dosojos.


El susodicho capitán manejaba el timón con una única mano, mientras que con la otra sostenía su catalejo de abalorios oteando el horizonte. Sus compañeros de aventuras estaban sentados, aburridos. Se quejaban de llevar tiempo sin divisar ninguna presa y de la falta de bebida. Era una situación delicada. Si no obtenían pronto algún tesoro, el valiente Dosojos corría el peligro de ser tirado por la borda en un motín. El que solía conspirar contra él, el ruin Gafasnegras, le observaba desde la otra punta del navío con ojos recelosos. Desde allí le llegaba su voz, con la que instaba a los demás a abandonarlo.


-¿No estáis aburridos ya? Yo prefiero volver a casa…

-Pero Gafasnegras, tú siempre te aburres rápido. No te puedes ir, estamos en medio de una aventura.

-Si llevamos aquí sentados muchísimo tiempo… ¿no veis que no va a ocurrir nada? Todo por culpa de ese capitán inútil. -dijo, señalándole directamente.


No iba a permitir semejante afronta. Dejó el catalejo en un banco cercano y se encaró a Gafasnegras, esgrimiendo su espada frente a sus narices.


-Atrévete a repetir eso, y te mando de aperitivo a los tiburones.


Mirando receloso la espada, se alejó un poco.


-Ten cuidado con eso, le vas a sacar un ojo a alguien. Además, ¿no estás cansado tú también? ¡Tengo sed!


El resto de marineros comenzó a quejarse, coincidiendo con su amenazado compañero.


-¿Y si volvemos a casa?

-Si, esto ya es aburrido.


Viendo como se hacía trizas su tripulación y sus aventuras, Dosojos sintió desesperación. Pero en ese momento la diosa de la suerte le dedicó una cálida sonrisa en forma de tesoro. Un pequeño bote surcaba las aguas frente al María Luisa, únicamente tripulado por una especie de… gigante hembra. Era inmensamente grande, rozando los tres metros de altura, y vestía una larga falda verde, camisa blanca y un sombrero de paja de ala ancha que bien podría servirles de sombrilla de lo grande que era.


Todos se arrimaron a la barandilla del bergantín para poder observarla bien. Llevaba alrededor del cuello y las muñecas numerosos abalorios, con pinta de buenos y caros. Dosojos se relamió. Era la víctima perfecta, en el momento adecuado. Con mano experta dirigió el barco hasta situarlo en paralelo con el bote, y ordenó recoger las velas para mantenerse a su lado. Seleccionó a sus mejores guerreros y bajó por una escalera de cuerda al encuentro del engendro.


Visto de cerca, no se le podría llamar tal cosa. Vieja, si. Pero tenía una cara amable a pesar de su considerable tamaño. No parecía amedrentada por tener delante a los mejores piratas de la zona, sino más bien divertida.


-¿Qué hacen unos piratas tan buenos como vosotros por aquí? - preguntó con una voz dulce que no terminaba de cuadrar con sus dimensiones.

-Somos los Velas Negras, y yo soy su capitán Dosflores. Debes entregarnos todos los objetos de valor que lleves.


La gigante sonrió cálidamente y sacó un pequeño papel de un macuto.


-Si me decís las palabras mágicas, esto será vuestro.


¿Las palabras mágicas? Había miles de palabras, y no eran el fuerte de Dosflores. Pero por suerte contaba con Dieces, el mayor intelectual de los Siete Mares, en su barco. Este se adelantó.


-¿Por favor?


La gigante ensanchó su sonrisa, complacida al parecer. ¿Cómo demonios lo había averiguado aquel alfeñique? No importaba, al menos el tesoro sería suyo. Alargó la mano en el gesto internacional de ‘dame lo que es mío’. Ella lo depositó en su palma. Visto de cerca, era aún más pequeño. Había oído hablar de cosas así. Bi… bietes. Simples papeles que podías canjear en cualquier puerto por bienes. Al parecer eran muy valiosos. Hizo un gesto con la cabeza a sus compañeros para indicarles que se retiraban. Se despidió de la amable colosa y volvió al navío. Entre gritos de celebración, izaron las velas y marcharon al puerto más cercano a festejar. Hasta Gafasnegras había dejado sus mordaces comentarios y sonreía.



La anciana señora que estaba paseando por el parque despidió con la mano al grupo de niños que la había rodeado. Por la dirección en la que habían salido corriendo, su objetivo sería la tienda de chuches cercana. Sonrió mientras proseguía su paseo. ¡Qué imaginación tenían aquellos muchachos!


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