viernes, 11 de diciembre de 2020

Harry Potter y el sombrero seleccionador

En la concurrida taberna llamada Las Tres Escobas, en el bullicioso Hogsmeade, la puerta se abrió, dando paso a un anciano mago de holgadas y viejas ropas.


Madame Rosmerta, con su permanente sonrisa, le ofreció una mesa y un plato de comida caliente, que el extraño agradeció con un leve gesto de la cabeza. Algunos hechiceros que estaban ya con alguna cerveza de mantequilla de más se sentaron a su mesa sin pedir permiso, armando jaleo. El recién llegado simplemente comió, haciendo caso omiso a su perjudicada compañía.


Uno de ellos, con más capacidad para hablar que el resto, decidió dirigirse a él entre las risas de sus compañeros.


-¿Quién eres, viejo? No te había visto nunca por aquí.

-...

-¿No quieres decirlo, eh? Pero algo tienes que contarnos. Es tradición aquí en las Tres Escobas contar nuestra historia al llegar. ¿A que sí, chicos?


Todos asintieron, intentando mantener la compostura para no desternillarse. Madame Rosmerta se acercó con gesto enfadado para espantarlos, pero el mago le hizo una señal vaga con la mano indicando que todo estaba bien.


-¿Mi historia dices? Lo siento, muchacho, pero no soy lo suficientemente importante. Eso sí, puedo contarte una importante relacionada con la mía, la historia de Ruffus…

-¿Quién es el tormentoso Ruffus?

-Ah, mil perdones. Creo que vosotros lo conocéis por otro nombre. La historia que voy a contaros se remonta a la época en la que se fundó esta misma taberna, y nuestro protagonista es nada más y nada menos que... el Sombrero Seleccionador.


‘Nuestro viaje comienza con el nacimiento de Hengist de Woodcroft. Tal vez os suene este nombre, pues es el fundador de Hogsmeade y del lugar donde nos encontramos. Woodcroft nació más o menos cuando se creó el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Siempre fue un niño curioso, pero sin ninguna habilidad destacable. Precisamente por eso, tras ser rechazado por Godric, Salazar y Rowena, Helga Hufflepuff se compadeció de él y le ofreció un puesto en su casa, que aceptaba a todo el que no cumpliese los estándares de los demás. Agradecido, Hengist se esforzó en sus estudios, pero el pobre pasó sin pena ni gloria sus años en el colegio. Hasta su último año, donde una clandestina visita a la Sección Prohibida le cambiaría completamente.


En una apuesta con dos descarados Gryffindor había asegurado que sería capaz de encantar lo que le dijeran. Ellos eligieron el viejo sombrero de Godric Gryffindor, que estaba ya en las últimas. Woodcroft se escabulló hasta su despacho y lo cogió prestado para ir a la biblioteca, en busca de algún hechizo que le permitiese ganar la apuesta. Tal fue su mala suerte (o buena, según se vea) que encontró lo que estaba buscando en un antiquísimo libro del último estante del último pasillo de la Sección Prohibida. Un hechizo que era casi incapaz de pronunciar provocó un gran destello que llamó la atención de Helga Hufflepuff, quién pasaba por allí. Imaginad su cara al encontrar a su protegido junto a un sombrero parlante con muy malas pulgas.


Helga decidió no castigarlo, sino al contrario. Lo llevó ante sus compañeros donde lo elogió por realizar tamaño hechizo sin ayuda. El Sombrero, que fue apodado Ruffus por el joven Hendgist, sintió mucha curiosidad por las casas del castillo. Aprovechando eso, los líderes de Hogwarts le encargaron un último trabajo antes de graduarse a Woodcroft. Debía enseñarle los valores de las casas al gruñón objeto, demostrando así que comprendía los preceptos que se intentaban transmitir en Hogwarts. Así, Hendgist inició un viaje para mostrarle a Ruffus lo que significaba pertenecer a Hogwarts.


En un intento de demostrarle la inteligencia que buscaba Rowena Ravenclaw, lo llevó ante los mayores filósofos y eruditos de Europa, tanto magos como muggles.


La ambición de Salazar Slytherin se la mostró en los taimados mercaderes que buscaban siempre obtener beneficios a cualquier coste.


Para enseñarle la valentía y el coraje que defendía Godric Gryffindor, lo llevó con los herejes que seguían con sus creencias a pesar de la Inquisición.


Pero no fue capaz de transmitirle lo que trataba de enseñar Helga, pues ni él mismo lo sabía. Así puede, volvieron a Hogwarts a mostrar los resultados de su trabajo. La cabeza de casa de Hufflepuff sonrió orgullosa por el esfuerzo demostrado, a pesar de lo alicaído que estaba Woodcroft. Se llevó a ambos a las cocinas, donde estaban los elfos domésticos. Eran considerados esclavos por todos, y Hendgist no era la excepción. Pero Helga no los trataba como tal, sino como iguales. Les preguntaba por su estado de ánimo, se ofrecía a ayudarlos con sus diversas tareas y estos se lo agradecían, la consideraban su amiga y, pese a las protestas de esta, su benefactora. Fue entonces que Ruffus y Hendgist comprendieron lo que pretendía transmitirles y pudieron presentarse ante el resto para demostrar que Woodcroft era digno de graduarse de Hogwarts.


Godric, Salazar y Rowena se mostraron impresionados por el espléndido trabajo desarrollado por lo que para ellos era un simple Hufflepuff. Helga, orgullosa, les propuso algo. Como pronto se retirarían, debían tener alguien que adjudicase las casas a los alumnos, alguien que supiese tan bien como ellos lo que representaba cada una. Propuso entonces que Ruffus, el viejo sombrero de Godric Gryffindor, asumiera dicha tarea. Fue aprobado por unanimidad. Desde entonces, es conocido como el Sombrero Seleccionador.’


Los molestos magos de la mesa se quedaron callados, patidifusos. Menos por el que habló antes.


-¿Cómo sabes todo eso, anciano? Lo que nos cuentas sucedió hace diez siglos.


El viejo mago se quitó la capucha. Todos ahogaron un grito, reconociendo al fin a su interlocutor, pues todos le habían visto en los cuadros de Hogwarts.


-Soy el que llevó de viaje a aquel molesto sombrero, Hendgist de Woodcroft.


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