martes, 1 de diciembre de 2020

Nubes

 En los rincones de La Nación, más allá de Los Confines, que son los últimos asentamientos situados en los mapas, se encuentra una montaña solitaria, casi al borde de la existencia. No es la más alta, ni la más escarpada. Pero no tiene piedad. Ni nombre. Los pocos que saben de su existencia utilizan un gruñido para hablar de ella, pues es un tema desagradable.

En su falda podemos observar, escondido entre la neblina, un complejo vallado iluminado por grandes focos. Guardias armados recorren el perímetro, pero no para vigilar la entrada, sino la salida. No deben escapar las pobres almas torturadas que caminan hacia la montaña con picos al salir el sol y vuelven cuando ya hace horas que este se fue a dormir.

Jerik, con la mirada perdida, comía las duras gachas como cada mañana antes de trabajar. A su lado, un animado Rétal comentaba en voz baja que le habían llegado noticias de un grupo revolucionario que sabía de su existencia y que estaban preparándose para liberarlos. Imposible. El primer día lo pasó convencido de que les rescatarían. La primera semana la esperanza se mantuvo casi intacta. Pero después de 5 años allí, todo en cuanto pensaba era sobrevivir al día que se presentaba cruel ante ellos. Aun así, era admirable que Rétal tras año y medio mantuviese el ánimo.

El capataz chasqueó los dedos. No hizo falta nada más para que todo el mundo se levantase como un resorte y se dirigiese a toda prisa, pero de manera ordenada, hacia los Túneles. Cogieron los familiarmente pesados picos, las incómodas mascarillas para evitar los gases de la mina y entraron en la oscuridad. Sabían exactamente dónde iba cada uno, y el ritmo de trabajo justo para aguantar la jornada sin recibir un solo grito por parte de sus vigilantes.

A eso del mediodía, aunque era difícil decirlo sin un reloj a mano, les permitieron media hora de descanso y les sirvieron las mismas gachas que para el desayuno, aún más duras. Comían rápido, pues los gases no perdonaban a quien estuviese demasiado tiempo sin la mascarilla puesta. Y vuelta a trabajar. Golpe tras golpe, sacaban el preciado metal y lo metían en unas enormes mochilas que luego debían cargar.

¡BOOM!

La Montaña tembló con una súbita explosión y se desató el juicio final en los túneles. Comenzaron a derrumbarse sobre los trabajadores, que no tuvieron tiempo ni a gritar antes de morir asfixiados. Pero en una pequeña sección que aguantó, Jerik, Rétal y dos compañeros más se encontraron de repente encerrados en los túneles.

Esperaron varias horas, con más o menos esperanza de ser rescatados, preguntándose qué demonios había ocurrido. El alegre Rétal no paraba de temblar, con los ojos desorbitados y rascando las paredes, mientras Jerik hacía lo que podía para calmarlo y evitar que se desollase las manos.

-Rétal, seguro que son los revolucionarios que dijiste. Habrán venido a ayudarnos y nos rescatarán dentro de nada, ya lo verás.

- Im-Imposible. Vamos a morir sepultados, lo sé. ¿Por qué ocurre esto, Jerik? ¿Qué mal hemos hecho?

No supo responderle. Entonces se dio cuenta de un terrible error. En su claustrofóbica desesperación Rétal se había arrancado la mascarilla de la cara. ¿Cuánto tiempo llevaba sin ella? La buscó frenéticamente por el suelo y le obligó a ponérsela otra vez, con la esperanza de que no hubiera inhalado los gases. Había oído historias de lo que pasaba cuando lo hacías.

Las siguientes horas pasaron algo más tranquilamente, con todos rezando a sus respectivos dioses en silencio. Hasta que Rétal tosió sangre. Manchó la mascarilla en un incontrolable ataque que le dejó doblado sobre sí mismo en el suelo gimiendo.

- ¡Rétal! -Jerik se acercó a toda prisa.

-No te preocupes… -acertó a decir entre toses- ¿Te acuerdas del Sol, Jerik?

Cómo no acordarse. Pero hacía ya demasiado tiempo que no lo veía. Para él, solo existía en su imaginación.

-Estoy viendo mi pueblo, Jerik. ¿Alguna vez te he hablado de él? Una gran pradera verde, bañada por los rayos de sol y mecida por una suave brisa primaveral todo el año. Grandes caballos que la recorren y… ¡oh! Ahí están mis hijos. Qué grandes están. Me encantaba mirar las nubes con ellos. Tenían tanta imaginación. Tienes que conocerlos, amigo mío. Se convertirán en buenos hombres, sí señor.

Jerik trataba de contener las lágrimas ante las alucinaciones de Rétal y le sujetó la mano. Súbitamente, el aire se enfrió y sus alrededores parecieron cambiar de color, a una especie de color… octarino. Una figura negra encapuchada se alzaba al lado del cuerpo de su amigo.

-Hola -dijo la Muerte.

-Llévame a mí también -le suplicó el desesperado minero. Pero ella negó suavemente con la cabeza.

-No es tu momento. Pero el suyo sí.

La Muerte se inclinó sobre el enfermo en el momento exacto que exhalaba su último aliento, capturándolo para su extraña colección. Acto seguido se desvaneció, dejando a tres personas con vida en el habitáculo.

‘’Nos rescatarán. Aún no ha llegado nuestro momento. Iré a conocer a tu familia, viejo amigo. Veremos las nubes por ti. Te lo prometo.’’

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