martes, 3 de noviembre de 2020

El monstruo no soy yo

     No puedo dormir por las noches. Tengo demasiado miedo para pensar siquiera en cerrar los ojos más que para parpadear.


    ¿Cómo he acabado en esta situación? Durante años, he sido temido. "Papá, hay un monstruo debajo de mi cama". Ese soy yo. Sembraba el terror en el corazón de cada niño al que visitaba. Les robaba los sueños y me alimentaba de ellos. 


    Pero ahora han cambiado las tornas. No soy capaz de abandonar esta cama, me da pavor el pensar en intentarlo. Y aunque consiguiese armarme de valor, gruesas cadenas atan mis garras a las patas del catre. Provengo del Inframundo, pero la niña que duerme plácidamente sobre mi parece nacida del mismísimo Tártaro.


    Por las tardes la veo jugar con su padre a las muñecas. Actúa como una niña normal, riendo a carcajadas y cantando a coro. Preguntándole a la señora Osa si quiere más té. Qué mona, ¿verdad? Pero cuando su padre se va, su expresión cambia. Su sonrisa se ensancha hasta límites insospechados. Los ojos se mueven frenéticos para terminar clavándose en mi, casi queriendo salir de su hogar en las cuencas. Decirle maníaca se quedaría corto. Me sonríe y no puedo parar de temblar, ríe y quedo paralizado del terror, sabiendo que está pensando en cómo hacerme daño esta vez.


La semana pasada me arrancó las uñas una a una, cantando alguna canción infantil del colegio. Supongo que lo era, pues me pitaban demasiado los oídos del dolor para poder entender la letra. Acto seguido, me arañó con ellas, recorriendo mi rostro, bajando por la espalda, pasando por cada extremidad, y siempre dejando rastros de sangre por todo mi cuerpo.


    Lo más horrible es la angustia. El dolor es algo temporal, pero el miedo a no saber qué noche atacará ni cómo lo hará, es demasiado hasta para alguien como yo. Tras cada sesión no puedo evitar llorar en silencio. Qué vergüenza ¿Por qué no grito, intento llamar la atención de los padres? Es sencillo pero brutal: lo primero que hizo fue cortarme las cuerdas vocales y la lengua, por lo que casi me ahogo en mi propia sangre, pero muy a mi pesar no puedo morir tan fácilmente. Siempre lo he considerado una ventaja, pero está siendo mi perdición.


    Espera. Escucho pasos. ¿Es ella…? Ahora que había conseguido liberar una mano para pedir ayuda. No me imagino que hará cuando lo descubra. Se está abriendo la puerta. Ahí está, ella sola. Por favor, no me recordéis, pues es la única manera de acabar con mi sufrimiento…