martes, 1 de diciembre de 2020

Aracnofobia

 Una sombra que presagiaba la destrucción y el dolor observaba la ciudad desde una colina cercana. Habían sido advertidos por mensajero a caballo días antes, pero los habitantes de Runn eran gente sencilla y no creían en los rumores y habladurías. Solo creían en el fruto de su trabajo y lo que sus ojos pudiesen ver. Jamás se preguntaban si existía algo más allá de eso.

El mago, vestido con una raída túnica que antaño fue azul con destellos dorados, entró caminando por la puerta apoyado en su nudoso cayado de madera de peral sabio. Paseó tranquilamente por las calles de la ciudad, observando a los niños jugar, al herrero forjar y al mercader estafar. Un pequeño corro de ciudadanos curiosos le seguía de cerca, y sólo uno se atrevió a acercarse al intimidante extranjero que se dirigía a la plaza de la ciudad.

    -Oh, noble viajero, mi nombre es Len. ¿Qué te trae a nuestra ciudad? No suele venir gente de fuera.

Con la voz ronca de quien no está acostumbrado a hablar, el mago le respondió escuetamente.

    -Sólo estoy de paso, esta noche partiré de las ruinas.

Siguió su camino, dejando al hombrecillo preguntándose de qué endemoniadas ruinas hablaba aquel chalado. En fin, se dijo, mientras se fuera pronto qué más daba. Y así lo dejó hacer, dispersando a la multitud diciéndoles que solo era un pobre loco. Todos volvieron refunfuñando a sus quehaceres, pues esperaban algo más interesante, una breve distracción de sus obligaciones al menos. Hubo algunos niños que aun así lo siguieron, esperando que formase un espectáculo o les contase historias de Más Allá de la Muralla, donde solo iban los adultos mercaderes.

Sin embargo, ni una sola palabra escapó de los labios del anciano mago. Al final hasta los curiosos niños se aburrieron y se dedicaron al juego más popular entre los jóvenes de la ciudad, perseguir perros con un palo.

Llegó finalmente a la plaza de la ciudad, situada en el corazón de esta. Estaba a rebosar de gente, entre puestos de comerciantes anunciando los productos y compradores que buscaban el precio más bajo a todo.

En ese momento, evocó el mayor de sus miedos para cargar de energía su cayado. El simple recuerdo de esos múltiples ojos vidriosos, de esas cortas patas peludas y de las telas que le envolvían en sus peores pesadillas bastaron para que una gran bola de fuego saliese disparada hacia el edificio más cercano, sumiendo en silencio por un momento a toda la plaza.

Un segundo después, todo el mundo comenzó a gritar, mientras más y más esferas de llamas destruían los alrededores de la plaza. Además, lentamente comenzó un incendio provocado por estas, en el que las llamas saltaban alegremente de casa en casa, de viga en viga, lamiendo lentamente, pero sin cesar el resto de la ciudad. El mago seguía en el centro, temblando con los ojos cerrados y sudando. Era el efecto secundario de tener que invocar al Miedo para conjurar hechizos. Pero también lo hacía el Mago Más Poderoso.

Mientras los habitantes más avispados o simplemente con las piernas más largas escapaban de la prisión de fuego que se había vuelto su hogar, la ciudad se derrumbó. Se cuenta que ardió durante tres días y tres noches, y al terminar no quedó rastro de esta. El mago, que salió indemne, prosiguió su camino. Los supervivientes de sus numerosas destrucciones siguen preguntando por qué lo hace. Pero no lo entenderían. No entienden que él solo intenta ayudar, librando al mundo de esas horrendas criaturas. Y si para ello debe destruir, así sea.

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