Centenares de periodistas se agolpan en los transportes, tratando de conseguir un puesto privilegiado para grabar el acontecimiento del siglo: la muerte de un planeta.
El señor Theophilus me insistió una y otra vez en que debía conseguir la exclusiva, que catapultará mi carrera. Como si me importara mi carrera a estas alturas. Solo quiero que acabe esta pesadilla. Me tiene agotado.
Por suerte, tengo mis contactos. La mañana del día señalado me levanto sin ganas. Bajo a llenar mi estómago de esa asquerosa mezcla que sirven en este planeta. Uriah, conductor asociado de UBR, está tranquilamente fumando junto a la puerta. Me saluda sonriendo.
—Eh, Ad. Por fin ha llegado el día, ¿eh? Podremos volver y quitarnos de una vez el polvo de las botas.
Asiento, sin ganas de charlar con el animado tanoviano. Si, volver a casa. Eso estaría bien. Reviso mis cosas antes de ponernos los trajes aislantes. Joder, la funda de la cámara. Me giro a Uriah.
—Ve preparando el Tracer. Tengo que volver a la habitación. —Sin esperar su respuesta deshago mis pasos de vuelta a las escaleras.
Introduzco la tarjeta del hotel en la ranura correspondiente. Suena el satisfactorio clic y entro, dirigiéndome directamente a la maleta donde se que está la dichosa funda. La saco, malhumorado. ¿Eh? ¿Que hace ese papel ahí? ‘Impídelo’. ¿Qué es esto? Bah, seguro que es una broma de Uriah. Será gilipollas. Lo tiro a la basura, guardo la funda en la maleta y salgo de la habitación, asegurándome de cerrarla bien. No me van a tomar el pelo dos veces.
Tras ponerme el traje de seguridad y hacer que uno de los empleados del lugar lo revisase, salgo a la seca atmósfera. No corre el viento, no hay verde. Solo tierra quebrada, árida, sin vida. Voy levantando el polvo asentado después de años a mi paso, buscando donde demonios ha aparcado Uriah. Saludo sin demasiada efusividad a algún periodista conocido de otras cadenas de camino, hasta que por fin encuentro el vehículo y me monto en él.
Ir con Uriah tiene sus pros y contras. Pros: vamos nosotros dos solos, no tengo la necesidad de hacer el viaje encerrado en un bus, apelotonado con otros cincuenta sudorosos reporteros. Contras: no se calla la puta boca.
—Menos mal que me he traído este disco de Karavana para el camino. Aquí la radio es una basura, se escucha siempre entrecortado. ¿Has escuchado esta canción? Es perfecta para cantarla, espero que no te moleste.
—Me molest…
—¡NECESITO QUE TE VAYAAAS, ESTÁS LLAMADO LA ATENCIÓÓÓÓN!
Ni caso. Me coloco los cascos para insonorizarme y poder ignorarle hasta que lleguemos. Otro detalle es la velocidad a la que conduce. Casi nos salimos dos veces del camino, pero el cabrón solo se ríe y acelera mientras canta.
—¡Y HOY, SIENTO QUE ME VOY, QUE TOCO EL SUELO!
Me sujeto como puedo al asiento, aguantando las ganas de vomitar. Cuando por fin llegamos lo dejo salir todo, encima de las ruedas de ‘su pequeñín’ para gran disgusto de Uriah.
—Lo había lavado hoy…
Recuperado del mareo, le dejo allí entretenido en limpiar mi destrozo y me acerco al despliegue de medios que se ha formado en la colina. Menudo revuelo por un puto árbol. Nos hemos cargado todos los del planeta, ¿qué más da el último ya?
Pero como nuestra raza es hipócrita por naturaleza, ahora tenemos a todo el planeta Tanovia frente a sus pantallas llorando por algo que hemos hecho nosotros mismos. Ahora todos son defensores de la naturaleza, ¿eh? Qué casualidad. Pero mi trabajo es simplemente llevarles esas imágenes y eso voy a hacer. Consigo hacerme hueco en las primeras filas del círculo que se ha formado alrededor del viejo kiri que se alza en la colina. Limpio la lente y la funda antes de montar bien la cámara y me preparo para el momento.
Una comitiva de la Comunidad, la máxima autoridad en este moribundo planeta, sube acercándose al kiri. Todo el mundo se hace a un lado, de repente solemnes. Ruedo los ojos, disgustado, y comienzo a fotografiar el momento.
Au. Que dolor de cabeza de repente. Cierro los ojos, intentando centrarme para seguir con las fotos. Pero cuando abro los ojos, todo el mundo se ha desvanecido. Solo estamos el árbol, una señora de piel verde apoyada en este y yo. Se me acerca con su vestido blanco ondulando con el inexistente viento.
—¿Vas a permitir esto? — su voz era tranquila y melódica, la mejor manera de describirla es… primaveral.
—¿Perdona, te conozco?
—Tú, —ignora mi pregunta por completo y sigue hablando.— tú tenías planes. Tenías ambición y un buen corazón. Un joven ejemplar, defensor de lo justo y honesto.
—No queda nada de esa persona, señora.
—¿Qué pasó con ella?
Pienso durante un segundo antes de responder.
—Se cansó.
Cierro los ojos. A lo mejor cuando los vuelva a abrir estaré otra vez entre todos los compañeros de profesión y podré terminar y volver a casa. Por supuesto, cuando los abro sigue allí, mirándome serena. Señala al árbol.
—Debes salvarlo. Debes hacer lo correcto.
Suspiro.
—Mire, eso está muy bien, pero no va a cambiar nada. Ahora, ¿puedo volver a donde estaba? Estoy agotado.
—Debes salvarlo. Debes hacer lo correcto.
—Que sí, que sí. Lo intentaré si me devuelve a mi mundo, gracias.
Cierro los ojos otra vez. Me llegan entonces los murmullos excitados por una exclusiva, clásicos de los periodistas. Por primera vez en todo el día sonrío aliviado. Qué cosa más rara, pero no voy a darle más importancia.
Tengo que hacer algo.
Espera, ¿he pensado yo eso? No, debo habérmelo imaginado.
Corre.
No servirá de nada, lo sé de sobra. Mira, ya están llegando.
Corre.
Movido por un instinto superior a mi lógica, corro hacia el kiri y me coloco entre él y la comitiva.
—Perdona, ¿qué estás haciendo exactamente? —pregunta uno de ellos, estupefacto. Lo reconozco como Obediah Isaac, el vicepresidente de la Comunidad. Un hombre bajo y gordo, sin más. Está sudando profusamente por la subida.
—No podéis talarlo, es el último árbol sobre el planeta.
Se me quedan mirando, sin saber muy bien qué hacer. Supongo que nunca pensaron que hubiera alguien tan loco de montar una escena así. Abro la boca para decir algo más, pero noto un dolor en la cabeza y el mundo se vuelve blanco.
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Me despierto siendo golpeado repetidas veces en la cara.
—Eh, Ad, despierta. Ah, mira. Ya estás despierto. Esta por si acaso. —Uriah me propina otra bofetada, riendose.
Me levanto del suelo gruñendo, la cabeza dando vueltas.
—¿Qué… qué ha pasado?
—Tío. Ha sido increíble. Ha salido un guardia de la nada detrás tuya y te ha tumbado de un solo golpe. Bru-tal.
—Argh… ¿y el árbol? ¿Qué ha pasado con el kiri?
Levanto la mirada a la colina. Completamente desnuda. Se me cae el alma que no sabía que tenía a los pies. Uriah me da una palmada en la espalda.
—¿Nos vamos? Tengo hambre.
Niego con la cabeza y me encamino hacia la colina.
—¡No tardes mucho! —me grita Uriah.
Mientras subo, se agolpan mis pensamientos. No he podido hacer nada. No he hecho fotos, Theophilus me va a matar. Se acabaron los árboles. Voy a perder mi trabajo.
Llego a la tierra removida donde antes se alzaba el majestuoso pero viejo kiri. Solo habrán pasado un par de horas, pero ya está tan seca y árida como el resto del planeta. Un pequeño brillo me llama la atención y me agacho para observarlo.
Un único brote verde pugna por sobrevivir. Es… inaudito.
‘Sabes qué hacer. Debes partir.’ La voz de la mujer de antes suena en mi cabeza, firme.
Un cálida sensación me invade. Contra todos mis sentidos, recojo el brote con cuidado manchándome las manos y la ropa de tierra y polvo. Es cierto. ¿Cómo he podido ignorarlo? Es lo que siempre quise hacer. Vuelvo a paso lento con Uriah.
—¿Y bien? —se fija en lo que llevo en las manos— Oye, ¿eso es…?
—Uriah, necesito que me consigas una nave. Me da igual cuanto cueste. Tengo ahorros de sobra.
—Eh… ¿vale? ¿Qué mosca te ha picado?
Niego con la cabeza. No lo entendería.
—Tú solo hazme ese favor.
Sin mediar más palabras, me monto en el vehículo a esperar.
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Uriah observa a su taciturno amigo cerrar la puerta del vehículo y sonríe.
—Este era tu destino. Bien hecho, Adán.
Tu escritura versa sobre muy variados temas, sigue adelante
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