sábado, 28 de marzo de 2020

Espera


Hacía frío. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí sentado? No importaba. Seguiría esperándolo. Tenía que hacerlo.

Había visto caer las hojas del árbol del jardín varias veces. Y cada vez habían vuelto a salir, siempre bajo mi cansada mirada.

Todos los días ella me traía algo de comida. Aunque no quería moverme del sitio por si justo aparecía, mi instinto de supervivencia me hacía comer y beber aunque fuese un poco. Lo más rápido posible, no fuese que volviese en ese mismo momento. Mientras comía, ella me acariciaba, me decía ‘buen chico’. A veces caían pequeñas gotas de sus ojos. ¿Qué le pasaría? También me decía que no volvería, que entrase dentro a jugar con los niños. Me lanzaba mi pelota favorita, pero no iba a conseguir que yo dejase de esperar. Se que en algún momento aparecerá. Me lo prometió.

Un día se reunió el resto de la familia en el jardín, todos vestidos de negro. El hijo mayor me levantó en brazos, y aunque no quería moverme del sitio, no tenía casi fuerzas para resistirme. Fuimos a una especie de parque, pero en lugar de pasear como solíamos hacer, estábamos con mucha más gente y de los ojos de todos caían gotas, hasta de la pequeña de la familia. Muchos se acercaron a acariciarme, con caras largas. Espero volver pronto a casa, a esperar en mi sitio a que vuelva. Tal vez en ese tiempo fuera haya vuelto. Cuando se paró el coche en el garaje, salí corriendo por toda la casa, ladrando, para avisarle de que ya había llegado.


Pero no hubo respuesta. La casa estaba tan silenciosa como siempre. Sólo se escuchaban los pasos de los demás, dirigiéndose cada uno a su cuarto, sin decir nada. Así que volví al jardín, debajo de aquel viejo árbol, a esperar. 

Hasta que apareciese.

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